lunes, 25 de octubre de 2010

La tragedia de no tener monedas

Hay algo que casi nunca falta en la billetera de un soltero joven. Algo que lleva siempre, aprisionado en algún saquito oculto, escondido como un tesoro invaluable. Estamos hablando, por supuesto, del preservativo. En efecto, en cada billetera de un semental que se respete podemos encontrar a la pequeña fundita de látex, inerte, a la espera de un posible milagro. Todavía recuerdo muchisimos años atras, cuando algunos de mis adolescentes compañeros abrían sus carteras y enseñaban parte de aquel envase colorido. Con cierta delicadeza y orgullo, como si estuvieran exhibiendo un trofeo de caza, una pieza de arte costosísima, única. Eran los años del inminente debut (en algunos casos, muchos debíamos posponer el estreno un tiempo mas y  seguir con los solos), y portar un preservativo en la cartera significaba ademas de un acto correcto de educación sexual, un símbolo que ya no eramos niños y que estabamos por ingresar al mundo de los adultos. Además de las gomitas, aquellas inocentes billeteras guardaban algunos billetitos, indispensables para financiar aquel posible milagro (léase pagar el café, cena o telo), pero hace poco, releyendo a Arlt, me di cuenta que poco sabían aquellos púberes sobre el levante casual y la supuesta felicidad.  
En una de sus fenomenales Aguafuertes Porteñas, titulada Don Juan Tenorio y los diez centavos, el genial autor nos ilustra con el siguiente ejemplo: un hombre soltero camina por la calle y de pronto una bella mujer se complace en mirarlo. Lo mira pícaramente dos, tres veces más, como si lo estuviera devorando con los ojos y luego se detiene en una parada de bondis. El semental ansioso, todavía deslumbrado por aquel regalo del cielo,  hunde su mano en un bolsillo del pantalón, en busca de su billetera. Esta dispuesto a tomar el bus y seguir a su presa hasta el destino incierto. Cuando de pronto una fría gota de sudor corre por su espalda. Recuerda que no trae consigo monedas. Revisa dos, tres veces la billetera cargada con algunos billetes y el ahora incómodo preservativo, ante la desconcertada mirada de la dama. El bondi ya casi esta detenido, y nuestro Casanova en desgracia continúa escarbándose los bolsillos vanamente, en busca de algún mísero centavito. Entonces con cierta extrañeza y resiganción, ella sube al transporte y lo único que puede hacer él es mirarla alejarse lentamente atónito, aún shockeado, parado como un poste en el medio de la vereda. Como comprender que había perdido la supuesta felicidad por no tener unas míseras moneditas.
He aquí la magnitud de la tragedia. Como canta Baglietto, estamos hablando de monedas, y no de gruesos billetes. De que sirve un San Martín, un Belgrano, un Rosas o un infame Roca con toda su sangrienta campaña del desierto en su reverso si no podemos tomar un simple bondi. Y si bien uno, en su desesperación corre a cambiar algún billete, no hay quiosquero coherente que acepte cambiar 10 o 20 mangos en monedas. Mas hoy en día que una moneda se cotiza mas que un kilo de oro. El ejemplo que Arlt plantea debe servir de ejemplo y enseñanaza para el soltero ansioso por ponerla, ya que la mayoría lo ignora:  Quienes me conocen saben que rara vez uso billetera. Me parecen molestas, incomodas y solo las utilizo cuando uso algun gaban o saco con bolsillos grandes y profundos. Siempre guardo los elegidos billetes  en algún bolsillo del pantalón o de la campera. Uno bien ajustado, donde no se puedan caer o se lo lleve alguna hábil y corrompida mano. Los forros se pueden pedir en el hotel con levantar el tubo, o bien en un kiosco o farmacia con la complicidad de la compañera, que también tiene todo el derecho de elegir la marca o el modelo. Pero desde hace tiempo, antes de salir a donde sea, siempre llevo conmigo un par de monedas.

1 comentario:

  1. hablando de Arlt, te recomiendo de él "El amor brujo"....es por demás excelente...
    Yo lamentablemente no pude terminar de leerlo por infortúnios de las circunstancias, pero habla de las relaciones desde un punto de vista frio, pero cierto...sobre todo en esa época.
    Esto me hace acordar a que tengo que comprarlo.

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